Más bien una trilogía en la ausencia de palabras.
Cuán silenciosa es la noche, si parece que devorara el sonido, las voces, los gritos. Siempre recuerdo su voz en el silencio, más bien ahora parece que fue telepatía, porque sus labios estaban enredados en los míos.
Fue aquella noche de Verano, ese Verano en que la vida corría en las manos.
En ese silencio, fue que lo escuché por primera vez, más bien por segunda y tercera. Ese silencio mágico, que guarda ansias de explotar, de contener las ganas de abrir la boca y dejar que el corazón se acelere y saque lo que tiene dentro; de no sentir más esa presión en el pecho, al verte silenciosa en la oscuridad, de un llamado improvisado e intercambiar diez palabras rápidas y una risa.
Hubo un tiempo en que me dolía el silencio, porque en él la encontraba. Esa dama lúgubre de largos brazos y manos gélidas, de un aliento venenoso, que te paraliza el cuerpo. Dicha dama, no era más que mi Miseria rondando, nadando en la pena de un quiebre, de un cambio de vida, de un despertar los días sábados sin el abrazo paterno, de negarme el cariño de mi padre.
Ahí estuvo el silencio mucho tiempo, en ese rincón oscuro de la memoria, pero de una memoría dolorosa y agonizante, que carcomía de adentro la carme.
Con el tiempo se volvío aliado, el silencio compañero; aquel que me abrazaba en las tardes de soledad, y enguajaba mis lágrimas sin pedir nada a cambio, sólo mi compañía. Quería estar con él, y él no me abandonaba, a diferencia de las personas, que huían de mi cara zombificada y mis falsas ganas de estar bien. No quería estar bien, ni conmigo ni con nadie, sólo quería estar, tal como ahora, pero estar mal para mi, para mi música y para mis sueños extravagantemente bizarros, alejados de toda realidad. Viajé al País de las Maravillas, pero estaba corrompido de mi escoria humana, así que lo abandoné pronto, cuando los primeros rayos de la Luna aparecieron sobre mí, durante el equinoccio de Otoño.
La primera Luna, la que marca Cuaresma, la que en silencio, escuchó mis lamentos, mis aullidos, y consoló mi corazón, lo adoptó, y fui parte de ella, hasta hoy.
Siempre en silencio le agradezco a la Luna su misericordia, su benevolencia y paciencia. Cómo me ayudó a estar bien.
No soy hijo de la Luna, soy su siervo en la oscuridad, y en la complicidad de ese silencio.
Más bien, el silencio ahora me ayuda a aclararme, a entenerder, a aprender. Pues en silencio, doy mis primeros pasos en las conquistas, desde las sombras, maquineando y sopesando posibilidades. No juego a perder, eso es para novatos. Pero es en el silencio, donde está el poder de estas jugadas; el elemento sorpresa y el remate.
Hay que hablar poco, lo necesario; lo demás es en actos, en sorpresas, en actitudes. Ese es el leiv'motiv de una jugada maestra: ser silenciosa, que para el resto pase desapercibida.
El silencio, enemigo, arma y aliado. Todas las caras de un incomprendido, de un momento exacto y perfecto. De ese silencio astuto, que se convierte en futuro, en decisión, en amor y valentía.
Más que silencio, parece un ser invisible, que nos acompaña, que nos posee a ratos y hace de las suyas.
Aprende su nombre y úsalo. Es el mejor consejo que te puedo dar.