Pues de flor tiene mucho, pero quizás el blanco no es su tono.
Puede que el blanco sea del alma, pero ella lo niega.
Anhela el caos, y se hace terca; le queda.
Y aunque su indeferencia hace a uno lamentarse,
yo sé que en su mirada algo está gritando.
Lleva por nombre un estanque,
de verdes y azules paisajes,
en la sangre la magia de un pasado mítico,
el nombre de una doncella que dió todo por amor.
A veces arremete con furia,
pero como las olas, se recoge al mar para olvidar,
instintiva y pensativa, sobre lienzos sueña a la par,
de un artista en vigilia, que sus labios ansia rozar.
Dulce flor del ocaso, deja ya de lado tu necedad,
arropa en tu pecho el sol del alba,
y cuéntame de tu historia un poco más.
Doncella antigua, de pómulos rosa,
de sonrisa ancha y voz delicada;
delira junto a este viajero, déjalo en tus aguas navegar,
de aquí hasta el mañana,
olvidando la tristeza de extrañar.
Licarayen, la flor pura y blanca,
no manches de sangre inocente tus pétalos,
délajos acariciar lento y seguro,
que de su mirada tímida, ese hombre te hará feliz.