26 diciembre, 2013

Europa ~

Estaba nervioso en la espera,
pero cuando apareció, yacía sereno.
Entre cuatro paredes, y aunque pareciese un encierro,
 ¡Qué dulce condena!
Fue así, que pasaron las horas,
viendo solo las sombras.  
Me enredé en ella, se enredó en mi.
No sabía dónde empezaba mi brazo, ni dónde terminaba su pierna,
en una especia de paradoja nos convertimos 
aquella tarde de verano, la primera.

Ya agotados, sólo nos miramos;
y es que sus ojos siempre me han atrapado.
No fue la excepción y ya entregado,
probé de ella la esencia del pecado.
Por unos segundos perdí la conciencia,
encontrándome al  Dios vagabundo.
 "No te vayas, aún no es hora",
y en el techo, el reflejo mudo.

Empapados, al borde de la inexistencia,
alcanzo a pronunciar:
"Ni la muerte tentedora, esto podría superar"
Levantas la mano, y en tu boca, veo el beso
que me hace callar.

La rubor ataca mi cara,
 pero en la suya sólo hay paz,
será el cansancio que apaga sus ojos,
y que en sus labios la tarde hace brillar.

Te levantas y te marchas, dejando tu sombra en las sábanas.

Pactando esta aventura,
nos marchamos del lugar imaginario,
así fueron estos últimos doscientos cuarenta minutos, y el último, 
cuando cruzamos Paris hacia Londres de la mano.